En un siglo en el cual la lectura literaria está cada vez más alejada de las personas y de las políticas públicas que la podrían fomentar, en Vuelo Ártico queremos realizar un gesto que busque modificar, en lo posible, esta realidad.
Este gesto que surge desde la periferia del mundo, nace porque reconocemos en la lectura, y en la literatura en general, un ejercicio fundamental en el desarrollo de las personas y en la construcción de sociedades, si no mejores, al menos más empáticas.
¿Cómo fomentaremos la lectura? En Vuelo Ártico esperamos conseguirlo por medio de textos y asesorías literarias que buscan abrir un espacio que generalmente está cerrado para un círculo pequeño y privilegiado de la sociedad.
En 1924, Sergei Povarnin, un filósofo ruso, publicó un folleto “Cómo leer libros para la autoeducación”. Él mismo calificó esta obra como «una introducción al arte de la lectura». Contiene técnicas y recomendaciones que ayudarán a que la lectura sea lo más útil posible. Las ideas de Povarnin son especialmente relevantes hoy en día, cuando el constante flujo de información reduce nuestra capacidad de mantener la atención.
Todos nosotros hemos visto esas listas tituladas “Los cien libros que debes leer antes de morir” o “Los clásicos de la literatura que todo el mundo debe conocer”, pero a la hora de la verdad, cuando empezamos a leer alguno de esos libros, nos topamos con la barrera de que son difíciles de entender, nos resultan aburridos o no terminamos de entender el motivo de su éxito siendo una lectura bastante insulsa.
Aquí viene la inevitable pregunta: ¿es culpa nuestra? ¿Es que no tenemos la cultura o la inteligencia para apreciar una obra de arte?
La respuesta es mucho más sencilla de lo que puedas imaginar. No, la culpa no es tuya, tan solo los estás leyendo desde un acercamiento inadecuado. Desde Vuelo Ártico, venimos a ofrecerte una serie de consejos para que puedas acercarte a los grandes clásicos de la literatura sin sentirte abrumado y apreciando en su plenitud su lectura.
¿Cuántas veces te ha pasado que querías comprar un libro de un autor que no conocías de antes, pero al final no te decidiste por si al final no te gustaba?, ¿y la de veces que dejaste el libro de nuevo en la estantería de la librería porque 20€ te parecía excesivo para el poco número de páginas que tenía el ejemplar?
La literatura es uno de los mayores placeres a los que puede acceder una persona, pero desde luego no es un hobby barato. Sobre todo si eres el tipo de persona que necesita tener el ejemplar en físico para disfrutar realmente del acto de leer.
Los e-book son una forma de adquirir libros más económica, es cierto. Sin embargo, mucha gente no puede leer en formato electrónico. Algunos porque su vista se cansa rápido leyendo en una pantalla, otros porque no tienen una Tablet, terceros porque no saben usar los servicios de Kindle o Amazon, entre otros motivos. Entonces, ¿qué opciones te quedan?, ¿destrozarte la vista en la pantalla del móvil o comprar un libro por 15-20€ y que al final ni te guste?
Desde Vuelo Ártico os traemos varias soluciones para poder tener la oportunidad de conseguir ejemplares de libros gratuitos o muy baratos, ya que consideramos que el acceso al conocimiento y a la literatura es un derecho y un privilegio inherente a todos.
La literatura es un arte de la expresión verbal, o al menos así es como la define la Real Academia Española. Cuando una persona se pronuncia ante los demás como lectora habitual, automáticamente gana prestigio y fama de ser culto e intelectual.
Pero no es lo mismo decir que te gusta leer a los clásicos, la novela histórica, de ciencia-ficción o la fantasía épica, que decir que te gusta leer cómics, fanfics o la novela rosa. En el momento exacto en el que alguien anuncia que disfruta de las novelas románticas, de inmediato pierde cualquier estatus de persona instruida y versada a los ojos de los demás.
¿Por qué hay esta distinción entre la literatura “de verdad” y la literatura “baja”? ¿Y por qué las novelas románticas son consideradas noveluchas sin calidad literaria? ¿Quiénes son los que lo deciden y por qué hemos acordado, casi unánimemente, que la novela rosa es un género exclusivamente “de mujeres”?
En la industria de los libros y la literatura se habla mucho de la inspiración, pero poco de los alicientes con los que cuenta un escritor o una escritora cuando se trata de publicar. El incentivo para algunos es sencillamente dejar huella, que su nombre no pase al olvido. En otros es la fama, y no hay nada de malo en ello. ¿Por qué si otros tipos de artistas gozan de ella alguien que escribe libros no puede acceder a su gusto?
Con todo, hacerse un hueco sigue siendo difícil, ya sea si se trata de autopublicar o de publicar de manera tradicional, ya sea en un grupo editorial o en editoriales independientes o emergentes. Es normal ver a autores y autoras que, decepcionados, han intentado abrirse paso pero su libro sigue estando entre los menos vendidos, un ranking en el que ninguno quiere figurar. Pero lo peor que puede pasar no es que no te compren, sino que no te lean en absoluto.
Como es natural, las cosas deben hacerse poco a poco, y una de estas primeras acciones puede ser postular a concursos literarios.
Es inevitable no alargar el Día del Libro en este pequeño rincón de Vuelo Ártico. Tanto para nosotros como para la industria en la que vivimos es tremendamente emotiva la llegada de este día y su celebración.
Anteriormente ya nos metimos de lleno en la historia del Día del Libro y aprovechamos para lanzar las mejores recomendaciones con el único objetivo de disfrutar al máximo de este día. Por supuesto que no faltaron las lecturas oportunas que más nos gustaron, porque si algo hacemos por estas fechas es eso: crear pequeñas reseñas sobre las últimas lecturas, las que fueron indudablemente nuestras favoritas y compartirlas con los más queridos.
“Todo esto da asco. Basta de palabras. Un gesto. No escribiré más”. Esas fueron las últimas palabras que Cesare Pavese escribió en su diario el 18 de agosto de 1950, ocho días antes de suicidarse.
“Tristeza de ser. Tristeza por haber nacido. Tristeza frente a la dulzura del vivir. Tristeza del viento que raptó muchos niños y que ahora lloran o cantan en el espacio”, escribió Alejandra Pizarnik el domingo 17 de noviembre de 1957.
“Tardé mucho en conciliar el sueño, y mucho también en levantarme. Tiempo sereno. Me di un baño de agua de mar, con esencia de pinochas de abeto. Me desayuné con té, huevos pasados por agua y queso Camembert”, escribió Thomas Mann el viernes 9 de junio de 1939.
Las entradas que motivan los diarios de vida son variables, pueden servir para grabar una decisión inevitable, como en el caso de Pavese; para dejar una reflexión poética como la de Pizarnik; o para registrar lo que se hizo un día en particular, como lo hace Mann. Lo que hay entremedio de esos ejemplos es amplio, al punto de haber escritores como Kafka, que incluía dibujos y relatos inconclusos, dejando en claro que una de las principales características de los diarios es su flexibilidad.
Pero si dentro de este género hay espacio para todo, ¿qué es lo que finalmente identifica a un diario?
Es típico: estamos leyendo un libro en un parque, en una cafetería, un lugar interior o cualquier lugar que sirva para ello, y se nos acerca alguien conocido, amigo o amiga, a preguntarnos: «¿De qué trata?» o «¿De qué va lo que estás leyendo?».
Muchas veces es fácil que nos hagamos un lío y no sepamos cómo responder. Nos preguntamos a nosotros mismos, como un reflejo espontáneo de la pregunta que nos hicieron, si debemos hablar de los personajes, de los sitios, de lo que pasa, de la moraleja o, a veces, nos inclinamos por las sensaciones que nos ha causado la lectura. Muy en el fondo, casi nunca hablamos de hechos.
Pero hay más formas de responder a esta pregunta, sobre todo si de aquel libro que vamos a hablar es ese que autopublicamos y cuya autoría no es nada más ni nada menos que nuestra.
En algunos talleres literarios se repite bastante que un texto llega a ser complaciente cuando tiene referencias y nombres propios para el deleite de cultos y sagaces. Es agradable hallar conceptos que conoces bien, donde significado y significante van enlazados de la misma manera que el entendimiento del autor y el lector. Inevitablemente se ejerce una especie de comunión instantánea que llena esos “espacios blancos de la lectura” de los que hablaba Wolfgang Iser.
Sin embargo, hay textos como Nemo en que no hay una referencia en absoluto. Logran aludir a la totalidad por medio de aquel mutismo. Juegan con ella, la malean a su gusto.
Es sabido que cuando abordas a un ser humano apelando a sus recuerdos y rozando la fibra de sus emociones, lo que sobreviene, si no es un mutis, es un arranque frenético de narraciones. Las palabras no se miden y el tono se une a los silencios alternados —universales, según Darwin— para hacer surgir un vívido mosaico de experiencias. Muchas veces horribles. Otras alegres, aunque siempre decisivas. Un fenómeno curioso parecido a la literatura, o quizás literatura en bruto lista para ser pulida.
La autora de la que hablamos ganó el Premio Nobel del 2015, un galardón muy cuestionado hoy en día. Es periodista y escritora heredera de esa clase de creadores como el García Márquez de Relato de un náufrago y el Hemingway de Por quién doblan las campanas, que supieron dar sus propios pasos mezclando la no ficción con los mecanismos que caracterizan a la escritura de ficción; una simbiosis entre recursos y figuras, vinculadas con los materiales de la realidad a disposición.