
Por: Carlos Cordero Lizana
Escribir es tallar en piedra los recuerdos de un nuevo sueño
Escribir una novela puede entenderse como el acto de embarcarse en un viaje solitario, guiado por la brújula de la imaginación. Quizás el acto de escribir sea entendido como un proceso de resistencia crítica, política y cultural de cualquier momento histórico. O quizás sea entendido como un desesperado grito por plasmar en signos velados los horrores de la guerra final de tu civilización de turno. Puede ser una forma, pero también podemos añadir otros componentes: muchos cigarros, mucho alcohol —para liberar la escritura— y tenemos todo listo para conocer las aventuras sorprendentes de nuestros personajes por sus mundos de fantasía.
La verdad no es así, nada de eso, no. La realidad es ciertamente más aburrida que eso. Primero mencionar que escribir una novela es un acto puramente solitario, ajeno a todo lo que nos hace humanos, la sociabilidad, o sea, te apartas de la polis para escribir. Te quedas solo, tal vez acompañado de tu escasa imaginación y una gramática. Es un acto tedioso, poco poético y que requiere de mucha concentración y aguante, sí, mucho aguante. Murakami compara la escritura de novelas con el acto de entrenar para correr maratones, y la verdad aquella imagen me parece mucho más realista.
En resumen trabajo, dedicación y mucho tiempo, sobre todo este último, que no tienes, que pierdes; tiempo que pertenece a otras instancias de nuestras existencias, tiempo que debes sustraer para dedicarlo a la escritura. Hacer una novela es cosa de tiempo, por ello, el planeta que debería regir a la literatura debiese ser Saturno, gran maestro del tiempo y del rigor. Todos los escritores son sujetos saturninos, de ahí, entonces, que muchos sean melancólicos o depresivos.
Como he dicho, escribir una novela es hablar del tiempo que tienes que sustraer a tus experiencias vitales, como compartir con amigos, estar con tu pareja, acompañar a tu familia, tiempo de estudio, de lectura, de juegos y de diversión, en fin, qué añadir, es tiempo que le pides a la vida misma. Y para ser más rigurosos, pasas más tiempo corrigiendo que escribiendo, páginas o párrafos, algunos de ellos decenas de veces, y aun así el resultado puede que no sea el esperado. Un acto destinado a la frustración y la amargura. Y es así, todo ese tiempo, toda esa dedicación la tomas del maldito y escaso tiempo libre que te queda. Para aquellos que crean que la literatura es un proceso creativo hermoso (propio de Venus, para seguir con la metáfora espacial), les tengo una mala noticia: es bastante árido y netamente lingüístico, una manifestación de Saturno encarnada.
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