Hace poco escuchábamos a María Jesús Blanche, amiga cercana y ex trabajadora de fundaciones y bibliotecas en Chile, aseverar que cualquier tipo de escritura no significaba un desafío tan tremendo como la escritura de ficción.
Y es que escribir este tipo de textos requiere de habilidades y formas, además de talento, por supuesto, y una concentración que supera a la que pondríamos en cualquier otra tarea. En ella vertemos todo nuestro esfuerzo.
Ya lo decía Karl Ove Kanusgård, específicamente en Tiene que llover. El noruego no quería ser crítico literario o escritor de ensayos. Eso era miserable, incluso bajo. La escalera que lo llevaría al cielo consistiría en escribir novelas.
En esta ocasión daremos cuatro consejos clave para que tus tramas no tengan ripios y estén bien escritas. Huelga decirlo: si bien son fundamentales, así como sucede con cualquier consejo relacionado con la producción de libros, nunca hay que escatimar la ayuda que te pueden entregar los profesionales del ámbito.
Verosimilitud
Este consejo es un clásico de los talleres de escritura creativa, aunque tiene sus detractores. ¿Qué quiere decir? Que lo que narramos tiene que ser plausible, acercarse en potencia a la realidad que a todos nos circunda.
No podemos contar la historia de un nadador olímpico que da la vuelta al mundo sin descanso porque eso es imposible. Aunque sí podemos hablar de alguno que lo hace descansando en una embarcación tripulada que lo apoya; eso es plausible, sobre todo si se justifica dentro de la visión de mundo contenida en tal o cual historia.
Los que escriben ciencia ficción entienden mucho de esto.
Coherencia
Haz mapas de personajes, espacios y una línea de tiempo. ¡Ordénate! La coherencia es fundamental, porque si bien alguien podría alegar que su texto inverosímil es literatura, un texto incoherente no tiene ninguna posibilidad de serlo.
¿Por qué? Porque rompe las leyes de la lógica.
Un personaje no puede aparecer en un sitio y luego en uno alejado en menos tiempo de lo que tarda en llegar en un medio de transporte en específico, por ejemplo. La coherencia es el santo grial del editing, por lo que muchas veces se necesita una visión experta para que no quede ningún hueco difuso en este sentido.
Elige un estilo de diálogo
Como editores, frecuentemente nos pasa que vemos textos en donde el narrador o la narradora no se decidió por un tipo de diálogo. Cuando las posibilidades son infinitas, la confusión es una amenaza. Pero no es aceptable.
Podemos elegir hacer los diálogos con guion e intervenciones o no del narrador o la narradora. Podemos utilizar las comillas e introducir así el habla de los personajes. Podemos no hacer nada de lo anterior y escribir sin distinción, sí, aunque dejando claro quién habla.
Claro que alguien podría alegar que es posible hacer todo mezclado, pero siempre y cuando sea deliberado y funcione. De partida, es mejor no arriesgarse hasta que nos convirtamos en Foster Wallace, William Faulkner o en nosotros mismos, pero con mucha experiencia o, en su defecto, sabiendo bien lo que hacemos.
Que tu narrador omnisciente no sea el panelista de una tertulia
Es difícil no colar nuestras opiniones en lo que escribimos. Como el acto de crear un texto es tan elemental —y primario inclusive— a veces pasa que al contar no «aguantamos» descargar la presión, la alegría o cualquier sensación en una opinión que hemos arrastrado en nuestro diario vivir y plasmamos en palabras. Queremos que quienes nos lean sepan qué pensamos, cuáles son nuestras reflexiones. Pero un texto literario no es un texto argumentativo. Cada fruta en su cajón.
Así, son los personajes y su esencia física y psicológica los que tienen sus propias opiniones, además de actitudes y acciones. De esta forma su construyen. El narrador tiene que encargarse de mostrarnos cómo son, con lo cual por ningún motivo debe reflejar el pensamiento del autor o la autora.
Sencillamente, no le corresponde.