Si bien la ficción no es la única manera existente de hacer literatura, es uno de sus exponentes principales, ya que por medio de esta se puede abrir espacios que, de remitirse solamente a la representación fiel de la realidad, podrían mantenerse cerrados para siempre.
Es por esta razón que la literatura ha acudido a ella desde sus inicios, utilizándola como medio para conseguir expresar no solo lo que ocurre en el mundo real, sino que a partir de estos hechos, manifestar lo que podría ocurrir o haber ocurrido en este.
La ficción, gracias a sus atributo de extraer acontecimientos reales para luego moldearlos según el carácter y sentido de la narración, permite desarrollar historias y personajes verosímiles y con un alto grado de profundidad.
En Vuelo Ártico queremos asesorar a todas aquellas personas que desarrollan la literatura, de ficción o no, por medio de un trabajo de consultoría que finalmente les permita la elaboración de textos de calidad.
Algunos podrían llegar a pensar que las variantes que ha propiciado GOT en las últimas temporadas se han encargado de alejar el hilo argumental que planteó su autor, George R.R. Martin. Este es solo un ejemplo de los problemas que suscita este debate, con un malestar que no se da solo en estos dominios.
Con esto, la pregunta que siempre nos hacemos y que nunca dejamos de hacernos tiene que ver directamente con qué versión de las historias preferimos. Sin embargo, ¿tiene algún sentido cuestionarse esto y comparar un libro con una adaptación?
Rosa Montero, autora de «La ridícula idea de no volver a verte»
Por: Claudia Requena
El verdadero dolor es indecible. Si puedes hablar de lo que te acongoja estás de suerte: eso significa que no es tan importante.
Rosa Montero
Hace unos años que Rosa Montero entró en mis días para quedarse, en un momento en el que sus palabras eran el eco de aquello que yo expresaba en silencio. Mi lectura y la enfermedad avanzaban por caminos paralelos. Cada línea que leía me acercaba más a ese sentimiento del que todos queremos huir: la pérdida.
Y así fue como reconocí en cada una de sus letras aquello que sabía que tarde o temprano iba a pasar.
Señalización para monumentos turísticos ubicados cerca de Vicenza, Italia
Por: Claudia Requena
Cuando en sesiones dulces y calladas hago comparecer a los recuerdos, suspiro por lo mucho que he deseado y lloro el bello tiempo que he perdido,
la aridez de los ojos se me inunda por los que envuelve la infinita noche y renuevo el plañir de amores muertos y gimo por imágenes borradas.
Así, afligido por remotas penas, puedo de mis dolores ya sufridos la cuenta rehacer, uno por uno,
y volver a pagar lo ya pagado. Pero si entonces pienso en ti, mis pérdidas se compensan, y cede mi amargura.
William Shakespeare
Desde que era pequeña la lectura ocupaba un lugar muy importante, alumbrando aquellas noches en las que el sueño se hacía de rogar. Recreaba cada historia en mi mente exprimiendo así a cada uno de los personajes que se deslizaban entre mis pupilas.
Sin embargo, nunca me gustaron los libros juveniles y en aquel momento tampoco los de ficción. Quizás buscaba historias que me hicieran pensar y no solo imaginar. Quizás prefería la no ficción dentro de esta dicotomía que divide la literatura.
No recuerdo muy bien cómo llegó a mí Romeo y Julieta de William Shakespeare, el primer texto de ficción al que hice caso, pero sí recuerdo todas las veces que leía cada diálogo como si fuera la primera vez, marcando las hojas para saber que ahí estaba esa frase que me hacía perder la noción del tiempo.
Por aquel entonces, quizás por la edad, la lectura de esa obra era muy diferente a la que haría hoy día. Y es que, si he aprendido algo estos años es que no importa las veces que puedas leer un libro, su reflexión variará en función del momento en el que se lea.
Estúpida manía de querer ser luz de gente sin vida. De querer iluminar rincones que otros destrozaron a pedradas contra las farolas.
Patricia Benito
Aprovechando que esta semana es el Día Internacional de la Mujer, queremos adentrarnos en la obra de una escritora fundamental de la literatura universal, y en particular de la ciencia ficción.
Ha pasado apenas un año desde que falleció Ursula K. Le Guin, cuyas obras pasearon durante meses sobre mis antiguas aulas de la Facultad de Filosofía. Sus historias llegaron a mí desde el desconocimiento y bajo la mirada de un profesor que destilaba admiración hacia ella.
Fue en ese momento cuando naufragué en su mundo y me dejé arrastrar por las olas de la ciencia ficción y la fantasía, géneros hasta entonces inexistentes en mi estantería y que históricamente han estado reservados a los hombres.
En el hemisferio sur ya llevamos un mes y unos días de caluroso verano, lo que se traduce, muchas veces, en días donde el descanso, el ocio y las aventuras dejan de ser privilegios y se convierten en prioridad. Por eso mismo, y porque muchos de ustedes están pensando en destinos nuevos para conocer (o ya están instalados en ellos), les vengo hablar del bello vínculo que existe entre la literatura y el viaje, para que su descanso esté acompañado de buena compañía.
¿Viaje=lectura?
La primera relación que existe es que para muchos estar unos días en el campo, en la playa o en la montaña no son lo mismo sin ese libro que quisimos leer durante el año pero que no nos dio el tiempo; o acabar ese libro que abandonamos a la mitad porque no tuvimos la oportunidad de terminarlo; o también, recoger ese libro que han recomendado amigos o que te han regalado para una ocasión y para el cual aún no has encontrado el espacio ideal Si bien este vínculo para algunos puede parecer un poco extraño por el tráfago propio del os viajes, para otros se convierte en la excusa ideal para disfrutar de la lectura.
El otro día estaba comentando dentro de una conversación familiar que iba a ir a darme una vuelta por la Furia del Libro (evento literario realizado el fin de semana pasado en Santiago) para conocer las novedades que estaban circulando en el mundo de la edición independiente. Tras mi comentario, la primera pregunta que me hicieron fue: «¿Te vas a ir a comprar algún libro?». Mi respuesta automática fue: «No sé, depende.» Claramente, pensaba para mis adentros, dependería de si encontraba algo que me llamara la atención.
Antes de responder, me volvieron a interrumpir: «Entonces, ¿A qué vas si no es a comprar?». Esta trivial conversación me llevó a pensar en este artículo porque claramente las ferias del libro no son solo para ir de compras. Son todo un mundo por descubrir.
Si bien ya finalizó el 2018 en términos de ferias del libro, vengo a hacer una invitación para que el próximo se animen a visitar algunas de estas fiestas culturales que se desarrollan en la región, las cuales tienen múltiples propósitos que muchas veces desconocemos.
Hace unos cinco años, en una clase de un día normal en el Diplomado de Edición y Publicaciones de una Universidad en el centro de Santiago, el director de Penguin Random House —del mismo linaje del hombre que trajo el Mundial del 62 a Chile— se refirió a la Editorial Anagrama como una «editorial literaria», con cierto aire despectivo pero anunciando una verdad que demostraría.
Las clases eran sobre la industria editorial y mostraban ese lado frecuentemente ignorado de un negocio que, a pesar de basarse en libros y una concepción humanista de la vida, debe sostenerse. Con tablas y gráficos, ironías y ejemplos, enseñaba cómo las editoriales deben sobrevivir.
En ese contexto hablaba de la editorial con sede en Barcelona como un ejemplo de generador de publicaciones que no eran para el «gran público» pero que se mantenía por sus lectores con un perfil marcado. Por supuesto, su grupo editorial no tenía ni tiene ningún problema de dinero ni de plan de marketing porque sus libros, muchos best sellers, siempre estaban y están en los rankings. Así que sabía de lo que hablaba.
Sin ser una experta en el tema, es imposible negar que la literatura infantil y juvenil (más conocida como LIJ) ha tomado un rol protagónico en el último tiempo no solo en Chile, sino que a nivel mundial. Muchos pensarán que en este mundo solo están implicados los pequeños lectores, sin alguien que comande de buena manera qué editar para ellos. Pero no es así.
La literatura infantil y juvenil, al igual que su par para adultos, se encuentra rodeada de editores, ilustradores y fundaciones de fomento lector, entre otras figuras, quienes se han esforzado por mantener vivo este mercado, al ser crucial en el periodo formativo.
Si bien muchas editoriales infantiles y juveniles se mantienen vigentes por las ayudas gubernamentales que reciben (los libros infantiles requieren de especificaciones técnicas más precisas para llamar la atención de sus lectores, lo que encarece bastante su precio) no se puede dejar de lado el esfuerzo que realizan día a día para trascender a su target etario y conquistarnos con sus bellas propuestas.
No podemos olvidarnos que todos fuimos alguna vez niños.
Aunque seguimos teniendo las mismas veinticuatro horas al día que hemos tenido desde siempre, nunca antes las habíamos consumido como ahora. La mayor parte del tiempo —sobre todo en la civilización occidental— estamos sumidos en un ritmo que al final del día nos hace preguntarnos: ¿en qué momento pasó todo?
El tiempo es relativo, decía Albert Einstein, cuando un chico se sienta con una chica a quien nunca le ha hablado durante un minuto, que a él le parece una hora. También cuando nos sentamos sobre una estufa y ese minuto nos parece una eternidad debido a la intensidad del calor.
Como en El precio del mañana (2011)y muchas otras historias de ciencia ficción, el tiempo es la moneda de cambio del futuro. Y como dicen Los Redondos en «Todo un palo», el futuro ya llegó, así que tenemos que situar nuestras aficiones, entre ellas la lectura, en las mismas veinticuatro horas y haciendo caso al científico despeinado que cambió la historia de la Humanidad.
Como ya hemos hablado del espacio para la lectura, ahora queremos ver qué pasa con el tiempo que otorgamos a la misma y cómo este se va modificando según las distracciones y obstáculos que tenemos tanto fuera como dentro de nosotros.
Sherlock Holmes at Reichenbach Falls, by Frederick Dorr Steele, cover of Collier’s Weekly, September 26, 1903
Tal como vimos hace unas semanas, la labor del editor es imprescindible dentro de la edición de un libro. De esa misma forma, el corrector también tiene que estar presente dentro del proceso.
Algunos se preguntarán cuáles son las semejanzas que existen entre estos dos personajes vitales dentro de la constitución de un libro. Eso es lo que vinimos a contar esta semana.