Entre mascarillas y gel: La escritura de ficción en la crisis de la Covid-19

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Más allá de que hayamos vivido muchas pandemias como humanidad, es como si fuera la primera en cuanto a nuestros hábitos. La globalización, el contacto al alcance de la mano y el tacto como sentido para guiarnos han propiciado que un virus que al principio parecía lejano e inofensivo se convirtiera en un antagonista diario.

Hay testimonios y testimonios que nos llevan a pensar que el mundo es ahora muy distinto. Existe algo así como la antigua distinción coyuntural, a. de la C. y d. de la C., donde la “C” no es Cristo ni mucho menos, sino que la Covid-19.

¿No resulta muy raro ver películas o series en donde los protagonistas se tocan entre ellos a sus anchas? Se despierta una culpa recóndita al disfrutar del bendito don de poder ver las expresiones que se guardan en la otra mitad de los rostros de actrices y actores, ya que es algo que hoy no podemos pararnos a observar debido a las mascarillas.

Nos hemos tenido que acostumbrar —demasiado rápido— a una nueva realidad que ha aparecido de pronto. La vida ya no es lo que era; la literatura y la escritura de ficción tampoco lo serán.

La omnipresencia de las mascarillas

La verosimilitud, dicen los enterados, es uno de los grandes horizontes a las que debiera aspirar alguien que escribe ficción. Está bien, podemos hacer fantasía, quizás narrar una historia sobre mujeres-lobo que vuelven a la normalidad después de una noche, o incluso escribir literatura tan íntima y a la vez tan singular como la que hacía Bioy Casares en Plan de evasión. Podemos escribir de todo, pero si nos alejamos de ese imperativo lo que estamos haciendo es perder autoridad, al menos según lo que piensan expertos en el ámbito.

¿Cómo abrazar la verosimilitud si lo que más se parece a nuestra realidad es una a la que estamos recién adaptándonos? La omnipresencia de las mascarillas constituye en este sentido el ejemplo más palpable de cómo la vida puede cambiar radicalmente y al mismo tiempo es un emblema de este trastorno generalizado. Ni siquiera podemos ver sonrisas y tenemos que acostumbrarnos a reconocer a los demás por la fracción superior de sus caras, que sería muy impersonal si no fuera por los ojos. Hay personas que se han conocido durante este año en ambientes públicos y que realmente no se conocen del todo, si pensamos en que conocer es poder contemplar un rostro. Da para mucho.

En este sentido, cabe pensar cómo abordarán los que escriben los distintos argumentos que se pasean por sus mentes en un mundo que se ha convertido en un thriller cada vez más interesante. Hay una mina de ideas en esta anormalidad. Hay quien dice que todo nuestro bagaje cultural es material disponible para hacer literatura. ¿Habrá, entonces, mascarillas? ¿O utilizaremos la literatura para echar de menos al contacto social?

Si hablamos de pasado o presente, ok, pero ¿del futuro?

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Un poquito atemporal… (y con la mascarilla mal puesta)

Hay géneros literarios que se enfocan en el pasado. La novela histórica es uno de ellos, y generalmente aborda temas de la Antigüedad o la Edad Media, las vidas de reyes, filósofos, sabias impertérritas que cambiaron el curso de los hechos. Así como las biografías, el tiempo contenido en estas ficciones —y no ficciones— no cobija a personajes sometidos a esta pandemia. A otros brotes similares puede ser, pero a esta no.

Existen géneros más contemporáneos, como la novela de suspenso, la novela negra o la novela romántica. Resulta un ejercicio aleccionador el idear argumentos para estos géneros pensando en qué nos ha tocado vivir. Quizás un detective que debe tener cuidado al tocar la evidencia, o dos amantes que no saben si tocarse y luego alternar un lavado de manos porque uno tiene fiebre… Las posibilidades son inmensas, pero siempre ceñidas a la verosimilitud. Es posible que en algunos talleres de escritura creativa, obvio, a distancia, ya se estén haciendo esta especie de actividades en donde hay que imaginar distintos escenarios narrativos, pero con la pandemia como fondo.

Sin embargo, no todo es así, ya que los libros dan para mucho. Hay un género que si hasta este momento no ha funcionado como oráculo (lo que es improbable, desde Julio Verne que lo vemos), sí puede aprovechar esta temática y convertirla en una obra: la ciencia ficción.

La ciencia ficción, el género ganador si de ideas se trata

Mercados como el de los colchones, los piyamas o incluso los abogados de divorcios se han visto favorecidos por las circunstancias. Por nuestro lado, ¡las escritoras y escritores de ciencia ficción deben estar chupándose los dedos! Sus argumentos, estructuras, tramas e historias pueden estar bañados sin problema por la savia de las reflexiones y buenas ideas que nos ha traído el virus. Hay muchísimo material, eso es indudable, solo hay que aprovecharlo.

Esto resulta una ventaja tal que ni siquiera hay que elucubrar mucho para encontrar personajes interesantes. Uno de los más curiosos y que muchos encarnaron fue el del que hace ejercicio en 90m2 de un departamento, corriendo de un lado para otro, confinado pero manteniéndose en forma entre tanto vicio sedentario. La pareja que no puede besarse también funciona, ¿no?

Desde las tripas de un pangolín del mercado de Wuhan, un virus ha viajado de Oriente a Occidente sin hacer escalas para demostrarnos cuán frágiles somos como especie, sepultando nuestra soberbia en menos de doce meses…

Suena bien y fue escrito ahora mismo. Este género es el gran ganador de la escritura de ficción en una crisis que, como un gran pozo, todavía no tiene fondo y que afortunadamente todavía no nos quita la capacidad de imaginar y expresar los resultados.


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