Anagrama o la influencia de la «editorial literaria» por excelencia

 

Amis Houellebecq Bukowski Vila-Matas Jorge Herralde 1969

Hace unos cinco años, en una clase de un día normal en el Diplomado de Edición y Publicaciones de una Universidad en el centro de Santiago, el director de Penguin Random House —del mismo linaje del hombre que trajo el Mundial del 62 a Chile— se refirió a la Editorial Anagrama como una «editorial literaria», con cierto aire despectivo pero anunciando una verdad que demostraría.

Las clases eran sobre la industria editorial y mostraban ese lado frecuentemente ignorado de un negocio que, a pesar de basarse en libros y una concepción humanista de la vida, debe sostenerse. Con tablas y gráficos, ironías y ejemplos, enseñaba cómo las editoriales deben sobrevivir.

En ese contexto hablaba de la editorial con sede en Barcelona como un ejemplo de generador de publicaciones que no eran para el «gran público» pero que se mantenía por sus lectores con un perfil marcado. Por supuesto, su grupo editorial no tenía ni tiene ningún problema de dinero ni de plan de marketing porque sus libros, muchos best sellers, siempre estaban y están en los rankings. Así que sabía de lo que hablaba.

Editorial conocida es decir poco

Anagrama es al mundo editorial como el FC Barcelona es al fútbol. Cuando Alejandro Zambra editó Bonsái con el sello, en el mundillo editorial chileno la sensación era de triunfo, tipo Arturo Vidal. Pues allí solo son editados los talentos más sorprendentes de la literatura contemporánea, al tiempo que su fondo editorial crea tendencia y es la gran puerta de muchos para enamorarse de la narrativa y de la experiencia de narrar.

Editorial Anagrama escritor chileno novela película

Los de mi generación crecimos leyendo en sus libros de colores a Charles Bukowski, John Kennedy Toole, Jack Kerouac, Alessandro Baricco, Paul Auster y, cómo no, Roberto Bolaño. Cuando el libro que nos prestaban tenía un color chillón o, al contrario, un color pálido, era una buena señal. Cuando en una librería perdida de ofertas detectabas un naranja fosforescente, estabas ante el libro que inspiró a una generación a lanzarse a los caminos, y tenías que comprarlo. Porque si los libros de Anagrama tienen algo además de literario, es su elevado precio, algo de lo cual incluso existen mofas.

La influencia incuestionable

Sorprende a veces ver cuántos chilenos y latinoamericanos conocen palabras del registro de España, cuando a la inversa no pasa lo mismo. El «jolín» de Ignatius Reilly caló en varios que, por contexto, podían intuir su significado o en las situaciones que se utiliza. Esto habla de la importancia que tiene para el mercado editorial en español la industria editorial española.

Las traducciones de la editorial de Catalunya están basadas frecuentemente en el habla de la Península, aunque sin excesos, lo cual ha generado que algunos «neutralizaran» su registro al momento de escribir y al menos en Chile se perdieran localismos por «sobredosis de Anagrama». Bajo su tarea como filtradores de publicaciones, entre muchas otras funciones, hay editores que se asombran por la cantidad de originales para evaluación que llegan día a día a las editoriales con un modo de narrar y un uso de la lengua tan parecido a algunas de esas traducciones.

Esto no es malo ni tiene que ver con culpas. Sin embargo, nos da pistas de la influencia incuestionable de una editorial que nació en 1969 y cuyo fundador, Jorge Herralde, llena aulas enteras cuando visita Chile y habla una o dos horas de su experiencia.

Con la ciencia ficción de Douglas Adams, los diarios de Ricardo Piglia, los ensayos de Gilles Lipovetsky o el proyecto de Karl Ove Knausgård como fondo, esta editorial sigue entregando buenos autores y no se ha quedado atrás, respetando siempre su potente tradición.


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