Cuando nos enfrentamos a un libro, ya sea desde la vereda del que lo hizo o el que lo adquiere, buscamos algo, lo miramos, observamos la cubierta, palpamos los relieves, e incluso sentimos ese particular aroma a libro nuevo. Pero, ¿qué sucede cuando nos encontramos con una pequeña falla en la impresión?
Exacto. Ya no queremos ese libro, está mal, tiene un error, sale de la norma. Nos preguntamos, por ejemplo: “¿Qué van a pensar de mí si regalo este libro defectuoso?». La típica sensación de que el libro que estamos regalando o es una indirecta (en el más jocoso de los casos) o un reflejo de nosotros mismos.
Pero a veces, en el error está la belleza de lo único e irrepetible.
La imperfección humana
No todo es esa producción en serie instaurada por Henry Ford, aunque cuesta salir de ese pensamiento. Miles y miles de ejemplares se imprimen por minuto en todo el mundo, lo cual se considera un éxito. Sin embargo, ¿qué valor real tiene cada ejemplar? ¿Dónde está ese romanticismo de las imprentas antiguas, donde cada página se armaba una a una, dedicando horas de trabajo?
Es bonito tener una edición hecha a mano —como las de editoriales autogestionadas, artesanales e incluso las cartoneras— donde se sabe que hay esfuerzo y cariño, y que cada ejemplar se hace de forma artesanal; la impresión casera, el encuadernado, las ilustraciones, etc.
Lo mejor es que cada detalle es cuidado por un ser humano y no una máquina. Ese aspecto de lo humano es una de las cosas buenas que tiene esta profesión que ejercemos.
Más allá de la inteligencia informática
El factor humano tiene como resultado la falta de homogeneidad, el caos. Cada ejemplar tiene un detalle dado por el caos, una mancha en la ilustración, el encuadernado que no queda igual, con páginas descuadradas. Cada uno de estos detalles tiene algo que lo hace crecer, que le da valor.
Pero, ¿qué cambia? ¿Por qué en un caso se desprecia el error y en otros se agradece y cuida?
Podría aventurarme a decir que queremos la experiencia de lo artesanal, de este objeto único e irrepetible, de disfrutar el proceso que se ve en el libro, la historia. Porque un libro no es solo la lectura y su acto. Así es como un libro-álbum complementa la lectura con la imagen funcionando de manera conjunta.
Un libro artesanal es más que su contenido; necesita esos defectos para ser lo que es, convirtiéndose de hecho en algo más que fallas: efectos artísticos alejados de esa producción artística y desalmada que Walter Benjamin vaticinó.
Más allá de lo que digo, queda la duda. ¿Existe esa imperfección que le entrega espíritu a los libros? ¿Habrá hecho alguien alguna vez el libro perfecto en términos de edición y diseño? Queda tarea a la imaginación.