Estamos en la era de la robotización, la automatización y la inteligencia artificial. Si no era suficiente con los smartphones, hoy podemos hablarle a un aparato para que encienda la tele o una lámpara, o para que nos regocije encontrando cualquier información que se nos vaya a la cabeza, todo mientras nos informamos supeditados al algoritmo de las redes sociales y Google.
Muchas son las series de televisión que han aprovechado el potencial creativo de este tema para hacer ciencia ficción. Black Mirror es la más emblemática, mostrando un futuro en el que famosos repudiados por Twitter y otras plataformas son asesinados por «selección popular» o en donde dos amigos y sus avatars se enamoran en un juego de pelea. Esta es la tecnología llevada al extremo, las «pantallas negras» en las que se refleja nuestro rostro cansado y ávido de experiencias nuevas.
Pero, ¿qué pasa con el trabajo en general y con nuestra profesión como correctores en particular?
Es evidente que el trabajo se ha ido automatizando. Aunque la visión pesimista de principios de este milenio se ha empezado a graduar, ya es casi un hecho que en 2030 las máquinas harán más trabajo que los humanos. Como somos una especie que se acostumbra a todo, incluso al impacto tecnológico, algunos trabajos se perderán, pero aparecerán otras funciones que, si somos optimistas, serán realizadas por seres con alma como nosotros.
En cualquier caso, el futuro ya está aquí. Muchas gasolineras ya no necesitan de un trabajador que ayude a repostar, solo basta con una máquina y, por supuesto, la gasolina. En las autopistas ya no es necesario pasarse dinero de mano en mano para pagar el peaje, es suficiente con meter la tarjeta en la ranura y asunto arreglado. Hay miles y miles de ejemplos más. Cada vez que nos encontramos con uno de ellos, nos sorprendemos al tiempo que los más puristas sufren como si los sueños y las pesadillas más valiosas de Isaac Asimov se estuvieran cumpliendo.
Si bien estos son cambios que en esta época de pandemia, con la realidad trastocada y muchas industrias afectadas, han sido útiles para evitar el contacto social, es probable que ninguna de las profesiones y oficios, ni quienes las ejercen, estén preparadas para el reemplazo.
Considerando lo anterior, ¿qué pasa con el trabajo editorial?
El F7 de Word y una corrección que lo echa todo a perder
En Microsoft Word, F7 parece ser la tecla mágica para todo aquel que quiera corregir su texto: es la función de corrección ortográfica y gramática del programa estrella para escribir. Cuando la presionas, todas esas palabras que se subrayaron con rojo (como errores ortográficos) y en azul (como errores gramaticales) pueden rectificarse con sugerencias del robot interno del programa.
Sin embargo, parece que su inteligencia es limitada, su espíritu robótico es tan ostensible que a veces corrige los «como» de comparación como un «cómo» que debería llevar tilde. También tiende a confundir los «aún» y «aun», un error clásico. Hasta hace poco, todos sus «sólo» de «solamente» llevaban tilde, algo pasado de moda.
Otras veces, encasqueta una coma cada vez después de un pero, como si las licencias literarias y la poesía no existieran. Básicamente, con cada una de sus pequeñas «yayas» (o «pupas») nos recuerda que si quieres hacer algo nuevo y corregir con Word, hay que resignarse a su conservadurismo. ¡Y no basta con actualizar a la última versión! Una y otra vez repite los mismos errores, algo paradójico si se trata de usarlo para escribir.
Se supone que es el más elemental y conocido de los correctores, pero hay otro, de cuyo nombre no quiero acordarme pero que empieza con «S…», que en teoría hace un trabajo excelente. ¿Mito o realidad? Mito. Definitivamente, mito.
Los robots también meten las narices o por qué la corrección de textos es un trabajo humano
Ese corrector automático e innombrable se define como «el corrector ortográfico, gramatical y de estilo para español más preciso y actualizado del mercado», es decir, una verdadera maravilla moderna que te quitará todo el peso y eliminará todas las erratas. Sin desmerecer el emprendimiento de quienes tuvieron la idea, ¿es eso cierto? No lo creo.
Generalmente, lo que hace es darte recomendaciones sobre ciertas palabras basadas en manuales de estilo, el diario español El País y la RAE, entre otros referentes, algo que no está del todo mal pero que de ninguna manera reemplaza el trabajo humano, al tiempo que corrige otras dimensiones. Puede complementarlo, sí, pero muchas veces, en vez de perder el tiempo (y el dinero) con una máquina, conviene recurrir desde un principio a alguien que piense y sobre todo se comunique.
Cuando un escritor o una escritora novel decide empezar a hacer todo ese trabajo de postescritura después de terminado su texto, lo ideal es que busque a alguien que lo corrija y lime sus asperezas, entre tantas otras funciones. Aunque parezca mentira, muchos y muchas recurren a programas como estos, olvidándose del entuerto que significa errar y poniendo en manos de la automatización un trabajo que debiese ser preciso, minucioso y, no menos importante, artístico.
Aunque la robotización viene pisando fuerte, nuestro trabajo sigue siendo humano, demasiado humano, como decía Nietzsche. La experiencia corrigiendo y cotejando, el corpus de lecturas y nuevas reglas como una mochila llena que nos ayuda a enfrentarnos a cada nueva obra y sobre todo el trato forman un conjunto que difícilmente podrá ser reemplazado.