
La lengua es variada y esconde mucho en su profundidad. Hasta ahora hemos intentando explorarla en sus más diversas facetas: en los extranjerismos o en las comillas y su utilización.
Llegados a este punto, hablaremos de los diccionarios monolingües, que ya sabemos que son una especie de catálogos de, en su mayoría, palabras ordenadas alfabéticamente para el curioso que consulta las definiciones y explicaciones oportunas.
Por si tuviéramos algún despistado por aquí, recordaremos que se trata de uno de los materiales de consulta más valorado y rico en cultura. Nunca sobra tirar de él y “perder” el tiempo entre sus hojas, pues como recompensa lo transformaremos en inversión en conocimiento y confort intelectual. Más vocabulario, más precisión, más oportunidades.
Por otro lado, sabemos —desde que nos hablaron por primera vez de ellos en las aulas— que son instrumentos eficaces para todos los públicos, a pesar de que nos podemos encontrar también los muy específicos y los adaptados a un público infantil.
Sin embargo, es vital aclarar que no solo cuando desconocemos el significado de una palabra debemos consultarlo, sino que nos es de utilidad en muchas otras ocasiones. ¿Cuáles? Para conocer aspectos de una palabra como su ortografía, etimología y procedencia; averiguar sus expresiones más comunes; y dominar las categorías gramaticales a las que pertenece.
No es tan fácil como lo pintaban
En cualquier caso, las instrucciones de uso que recibimos en su día eran lo más sencillas posibles para cumplir con nuestro objetivo: aprender una palabra nueva con la mayor prontitud posible. Y en pocos pasos sería algo así como abrir el diccionario más o menos por donde suponemos que se halla la letra inicial, ubicarnos al pasar páginas hacia delante y hacia atrás y hojear la lista de palabras hasta dar con la nuestra, leer la definición, comprenderla y cerrar de nuevo el libro. Perfecto, no hay controversias.
Perdemos muchos datos relevantes, sin embargo, para la completa comprensión si únicamente nos aferramos a este ritual y no prestamos atención a las señales que tenemos alrededor de la entrada y de su cuerpo. Y es que como todo lo que nos rodea, en este caso también podremos percatarnos de que cada diccionario monolingüe que nos llegue a las manos tendrá un estilo diferente, pero todos ellos seguirán unas pautas mínimas de igual manera, como detallamos a continuación.
No, la letra A y todas las palabras que ella recoge no están en la primera página, ni siquiera dentro de las diez primeras, porque le preceden un apéndice de lo más interesante y curioso. En él, además de los típicos párrafos de agradecimientos y menciones a todos los involucrados en lacreación del mismo, encontramos también las más que recomendadas pautas para el buen uso de ese diccionario en concreto, que variarán según el tipo, el objetivo y el público que lo vaya a consultar, como decíamos antes.
Toda una clase magistral de lengua
El Diccionario de uso del español de María Moliner, por ejemplo, divide en nueve los elementos de cada una de las entradas que buscamos en él, siendo el lema (encabezado indicador de las palabras a tratar en la entrada), las aportaciones del paréntesis inicial (como la etimología, sus variantes, las indicaciones de pronunciación, plurales, mayúsculas, etc.) y las acepciones (sentidos de la palabra, es decir, las categorías gramaticales, marcas de especialidad o diferentes símbolos y signos) las que más información a primera vista proporcionan al lector. Y entre todos ellos, tanto los signos y símbolos como las abreviaturas que visualizamos nos resultan lo suficientemente interesantes como para tenerlas en cuenta en futuras entradas de este blog.
Además de lo anterior, el consultante siempre ha de tener en cuenta el tipo de palabra que está buscando, puesto que los sustantivos y adjetivos de dos terminaciones (-o, -a) se ordenarán por su forma masculina (lenguaje inclusivo, aquí también te tenemos) y, en cambio, aquellos sustantivos que terminan en -a y que por razones etimológicas pudiesen depender de un lema de dos terminaciones, tendrán entradas diferenciadas, como ocurre con clara (sustantivo) y claro, -a (adjetivo).
En el caso de los verbos, por otro lado, los podremos conocer a la perfección en toda su conjugación si prestamos atención a todos estos trucos que nos ofrece la entrada completa de la palabra. Y esto resulta ser algo decisivamente importante para el uso correcto de la lengua quienquiera que sea el sujeto que cotillee la entrada.
Por último, pero no menos importante, en los diccionarios también se pueden alcanzar las representaciones de los sonidos para esos casos de extranjerismos donde el lector no es capaz de pronunciar correctamente la entrada en cuestión. Y no solo eso, la chuleta de transliteración para todas aquellas palabras provenientes del griego también está a disposición del consultante a modo de consulta y norma.
En definitiva, el diccionario monolingüe es un recurso con mucho más que significados para estos tiempos que corren, en los que ya está todo hablado, o eso dicen. Y tal y como observamos, saber manejar con acierto, precisión y exactitud comprendiendo y aplicando a su vez todos esos trucos es sinónimo de captar más información, más allá de la mera definición.
A modo de consejo, querer conocer de primera mano el diccionario a consultar es tarea de casi obligado cumplimiento y previo a cualquier significado de palabra, porque es mucho más que eso.