
Hace un par de días se ha anunciado que en la comuna de Recoleta, en Santiago de Chile, se pondrá a disposición de los vecinos una librería popular: Recoletras.
Siguiendo el ejemplo de la farmacia popular instaurada por el mismo alcalde, Daniel Jadue (PC), esta iniciativa venderá libros con hasta un 70% de descuento, algo inédito en un país donde los libros son un bien suntuario y la lectura un lujo de pocos.
Al contrario de lo que sucede en España, donde la red de bibliotecas y librerías goza de buena salud (siempre perfectible, por supuesto), en Chile se han destapado verdades incómodas respecto a este eslabón de la cadena, sumadas a la precariedad laboral de los profesionales de la edición, entre otros problemas.
Una de ellas: hay regiones enteras, como Arica y Parinacota o Magallanes, que no gozan siquiera de cadenas con presencia nacional o local. Otra: en treinta años ninguna gran cadena del libro se ha atrevido a entrar en una comuna como Recoleta, que ha sido dejada de lado por librerías que prefieren instalarse en comunas del sector medio o alto.

Como no hay acción fuera del sistema del mercado que no deje heridos, las polémicas ya han empezado. Naturalmente, son los libreros los primeros en recibir los golpes y los primeros en evidenciarlos.
Las quejas de los libreros chilenos
Si una librería instaurada por un político de una comuna importante de Santiago va a ofrecer libros considerablemente más baratos, el escenario más probable es que las demás librerías —sean independientes, franquicias o grandes cadenas— se resientan y acusen su resentimiento. La competencia desleal es una de sus acusaciones, por supuesto válida en un sector siempre bullente.
Pero también hay aspectos políticos. Como la cultura ha estado bien mirada en cualquier sociedad (lo cual no quiere decir que ha sido justamente considerada en términos de presupuesto) y la cara visible del proyecto es un político de izquierda, Jadue está siendo acusado de populista por su decisión.
En esta materia, hay que tener en cuenta quiénes son los que lo apuntan con el dedo y cuáles son las pérdidas eventuales en sus propios negocios. Como pasa frecuentemente, siempre hay daño colateral y eso es lo que está dándonos esta polémica.
Hay voces desde otros sectores que incluso han dicho que no es solo este eslabón de la cadena del libro el que ha sido vejado, también las editoriales y los distribuidores sufrirán los embates. Sin embargo, sucede que poco o nada se dice del gran perdedor de esta lucha, que se queda siempre con el mismo porcentaje y cuya ganancia solamente es de un 10%: el autor, quien debe recorrer un largo camino con muchas paradas antes de ver su libro hecho realidad, entre otras vicisitudes.
Prescriptores de lectura y más
Entrar a una librería es un placer para todo aquel que tenga a la lectura como un aspecto esencial de su vida, ya sea para buscar novedades, leer un clásico o hacer un regalo. En algunas incluso se pueden pasar muchas horas leyendo, tomando un café o sencillamente discutiendo con otros clientes sobre recomendaciones y demás.
Que alguien experto, cuya experiencia se alimenta de rodearse de libros, nos dé consejos acerca de qué libro comprar a qué novedad poner ojo resulta un agrado y algo que nunca debería perderse del todo. Junto con los críticos literarios, los libreros son los primeros prescriptores de lectura, personajes esenciales de la escena editorial.
Queda algo claro: el eslabón de los libros es fundamental en la llegada efectiva de estos a las manos de los lectores, pero cada vez pierde más fuerza con el éxito de empresas como Amazon o directamente la venta online, que da un rol importante al distribuidor y mucha comodidad al cliente.
La evolución del mundo, y por consiguiente de la industria editorial está imponiendo cambios a muchos niveles, como la irrupción de los eBooks o este mismo peligro de extinción de los libreros. Lo que pase dependerá de cómo gestionemos un mercado que nos pertenece a todos, incluyendo sin ninguna duda a quienes escriben y producen.