
Si alguna vez te preguntaste cómo y quién crea un diccionario monolingüe o, más bien, cómo y quién lo actualiza, en Vuelo Ártico te traemos la respuesta.
Es la Real Academia Española (RAE) la encargada de esta labor en el caso de nuestra lengua y la responsable para bien y para mal de realizar las actualizaciones pertinentes cuando así se considera oportuno. Sin embargo, no es tan sencillo como puede parecer ni tan repentino o eficiente como a veces se cree. ¿Por qué?
Para aceptar una palabra, un conjunto de comisiones y académicos elaboran una serie de propuestas previas y enmiendas rigurosamente documentadas que más adelante se estudiarán con detalle para aprobarlas o no en su correspondiente pleno.
Es recién entonces cuando comienza el proceso de actualización del diccionario, donde se pueden dar diferentes casos: adición o supresión de acepciones y enmiendas totales o parciales de ciertos artículos. Es decir, estas nuevas ediciones se basan en la detección de nuevas palabras y nuevos significados y en la revisión de las ya existentes.
Por supuesto que para tomar estas decisiones los encargados se documentan a fondo gracias a unas fuentes fidedignas que les permiten tener entre manos datos muy concretos del uso de la lengua. Estas son disquisiciones que se vienen dando hace años: algunos, es el habla el que hace la norma, y para otros es la norma la que debiera hacerlo, como nos recuerda la polémica que se dio con el castellano en Chile entre el venezolano-chileno Andrés Bello y el argentino Domingo Faustino Sarmiento en el siglo XIX.
Por todo ello, y a consecuencia de un proceso largo y complejo, las actualizaciones no se publican muy a menudo. Eso sí, son abundantes los cambios que se realizan en cada una de ellas: más de 3000 modificaciones en la última actualización de 2017, por ejemplo. Recordamos que la actual edición del Diccionario de la Lengua Española (DLE), obra académica y lexicográfica por excelencia, es la vigesimotercera, y ya se está trabajando en la vigesimocuarta. Esta sin duda será muy diferente y se verá muy renovada gracias a los aires digitales que la envolverán, puesto que se considerará un diccionario electrónico al cien por cien y no una versión adaptada al mundo digital, como ocurre ahora. El futuro.
Actualización de 2017
3345 fueron exactamente las modificaciones que se realizaron para la que se consideró versión electrónica 23.1, un grupo de novedades que no fueron polémicos por su amplio volumen sino por su contenido. Sexo débil, por ejemplo, saltó a la palestra y las redes sociales se llenaron de críticas, todas negativas a la par que erróneas, porque se creía que la RAE afirmaba que las mujeres eran definidas así, como el sexo débil. De manera que la institución matizó en su definición que se trataba de un uso “con intención despectiva o discriminatoria”. Postureo, fair play o táper son más ejemplos de esa larga lista de actualizaciones, pero que no interesaron tanto.
Palabras polémicas
Sin embargo, aún hoy en día seguimos oyendo y leyendo ciertos casos particulares que hacen falta desmentir. Y es que la famosa cocreta no la encontraremos en el DLE (¿fue una posverdad?) si la buscamos como tal. Simplemente se nos informa a los usuarios del mismo que se trata de una forma incorrecta pero a veces usada en la lengua popular para referirse a la sí correcta, perfecta y riquísima croqueta.
Algo similar ocurre con almóndiga, una acepción que en algunas zonas y en el habla popular sí es usada, pero desaconsejada. En este caso, por el contrario, el diccionario nos dará una explicación más concreta cuando vayamos a buscarla puesto que nos indica que es la forma en desuso y vulgar de albóndiga la única forma correcta.
Y asín, adverbio vulgar de así, también entra dentro de este grupo de palabras polémicas que siempre están en el candelero, pero que sin duda todo hablante de español debería reconocer y no utilizar en su uso diario.
¿Es, entonces, el habla o la RAE quienes debieran guiar el camino de nuestra lengua? Pregunta abierta.