El médico me dice que los sujetos de la experiencia Zeigarnik debían efectuar una serie de tareas sucesivas de naturaleza diversa; enigmas, problemas de aritmética, tareas manuales y que la mitad de estas tareas eran interrumpidas antes de que los sujetos tuvieran oportunidad de terminarlas y que eran precisamente las tareas interrumpidas las que los sujetos evocaban después con más fuerza, mientras que las demás se perdían a menudo sin dejar huella en la memoria. El médico dice que el efecto Zeigarnik se centra en las motivaciones de terminación. El médico dice que la evocación de las tareas interrumpidas es sin ninguna duda mejor que la de las tareas terminadas.
El médico dice que las tensiones residuales favorecen la retención.
El médico no lo sabe, pero ahora parece seguro que es por culpa del efecto Zeigarnik por lo que, a pesar de todo, aún recuerdo tu nombre.
Tokio ya no nos quiere. Ray Loriga.
¿Recordamos con más intensidad aquellos sucesos de nuestra vida que se vieron interrumpidos? ¿No es verdad que cuando tenemos algo que acabar la urgencia de aquella tarea es capaz de sobrepasarnos? ¿Pasará lo mismo con aquellos escritores que nunca vieron publicadas sus obras o que, peor aun, nunca pusieron el último punto final?
Así como a veces recordamos más los libros que no leímos completamente, ¿son significativas las obras que nunca se terminaron? Es difícil e incluso poco intuitivo plantearlo. Pero haremos el intento.
Las motivaciones de terminación de uno que no era necio
Existió un estadounidense que un día de 1969 decidió suicidarse asfixiado por monóxido de carbono dentro de su auto. No superaba los treinta y cinco años, tenía una relación literalmente freudiana con su madre y le gustaba escribir. Su primera novela no se publicó hasta once años después de su muerte.
John Kennedy Toole es el autor de La conjura de los necios, un libro que lleva generaciones editándose en muchos idiomas (Editorial Anagrama en español) y que su madre, Thelma Toole —irónicamente muy similar la madre del protagonista— logró publicar al instar una y otra vez al autor Walker Percy para que la leyera.

Antes de que este testimoniara emocionado que “no era posible que la novela fuera tan buena”, su madre, llegando a los setenta años de edad, llevó a cabo un arduo recorrido por casi una decena de casas editoriales para publicarla. Estaba extraviada: “Cada vez que me lo devolvían, era como si me muriese un poco”. Afortunadamente, lograría su objetivo.
Aunque paradigmático, este es solo uno de los casos de obras póstumas en el vasto océano de novelas sin acabar o publicar.
Grandes autores, obras póstumas
Como cuando nos dicen algo muy importante sobre una persona que conocimos y nos replanteamos todo hacia atrás, hay grandes libros cuya publicación solo ha tomado importancia después de desarrollada la carrera de algún autor.
Antes de morir, Franz Kafka, reconocido por La metamorfosis, pidió que no salieran a la luz ninguno de sus textos aún no publicados. Afortunadamente, ni siquiera su amigo y editor Max Brod hizo caso de la advertencia y, haciendo honor a su trabajo, los publicó.
Si bien los cuentos cortos del checo son los que más revuelo han originado, hay una novela en especial que resulta ser una de las más curiosas del autor: América, que también se tituló El desaparecido y cuyo nombre original era El fogonero.
Publicada en 1927, esta novela termina de golpe, literalmente. Y dan ganas de seguir leyendo este interesante retrato del Estados Unidos de su tiempo para disfrutar de la capacidad del escritor para hablar, a veces seriamente, a veces en clave de humor, de la inmigración y de los albores de esa sociedad norteamericana que tantas excentricidades nos regala día a día.
Honoré de Balzac es otro caso a tener en cuenta. Con su proyecto titánico llamado La comedia humana, el francés quería escribir 137 novelas sobre la condición del hombre en relación con los demás por medio de sus virtudes y defectos. ¿Sus razones? Era un escritor popular, pero también, como todavía sigue pasando a muchos escritores en la actualidad, necesitaba dinero para vivir.
Balzac alcanzó a escribir solamente 87 novelas por completo, porque la muerte se interpuso. Al igual como sucedió con Albert Camus y El primer hombre. En este libro impresionante y conmovedor, el autor de El extranjero y de obras dramáticas como Calígula retrató su vida en Argelia, su país de nacimiento. Fue su hija Catherine Camus quien transcribió los manuscritos y logró publicarlo en 1994.
El rol de los herederos y albaceas en la exhumación
También está Roberto Bolaño, al día de hoy uno de los rockstars de la literatura en español, condición que al mismo tiempo es una razón comercial para las editoriales. En los últimos años, Alfaguara ha publicado algunos originales que no vio impresos en vida, exhumando fragmentos del carácter literario del chileno. La más sonada de ellas es El espíritu de la ciencia ficción (2016), terminada en 1984 y para muchos el antecedente de Los detectives salvajes y 2666.
Luego de muchos acuerdos y desacuerdos entre editores, herederos y albaceas, esta novela se publicó, aunque sea de perogrullo decirlo, sin la venia del Hacedor, es decir, el prolífico autor muerto en 2003. Como toda obra póstuma de cualquier escritor reconocido que puede seguir sorprendiendo al mundo, además de servir para estimular las ventas de una casa editorial en particular, también ha engrosado una obra que sin ninguna duda merece ser leída.
Queda más o menos claro, así, que las tareas sin terminar, ya sea en términos de escritura o publicación, parecen tener un significado a lo menos relevante en el variopinto mundo literario. Lo bueno es que en el caso de las publicaciones, alguien, algún día, las da por acabadas.