La idea de que un ilustrador debe dibujar excelente no está del todo bien. Esta confusión parte de algunos errores de concepto con respecto a lo que es ilustrar.
Primero, no hay una forma correcta de ilustrar, y mucho menos de dibujar. Sé que los más puristas van a decir que sí, que hay reglas y formalidades que se deben estudiar y aprender; proporciones, figura humana, corrientes artísticas, técnicas de trazado, etc.
Sin embargo, hay algo más.
Toda esa retahíla de palabras sirven para que uno gane herramientas y conocimiento teórico. A la hora de traspasarlo al papel, si te sales de las líneas al colorear o las líneas son irregulares, no pasa nada. Al contrario, puede enriquecer la obra dándole un sello personal; como hablamos en otro artículo, un error puede generar valor.
La ilustración infantil a lo largo de distintas edades es un ejemplo de esto: a los niños les exigimos seguir reglas estrictas, coartando una creatividad que, curiosamente, intentamos imitar después. No tenemos que caer en esto. Gozar de conocimientos y técnicas está bien, pero no hay que desmerecer lo simple, intuitivo y espontáneo.
Ilustrador o dibujante
En segundo lugar, un detalle importante es que no siempre una ilustración es un dibujo.
Para entender mejor esto, podríamos definir la ilustración así:
Un dibujo, pintura u obra impresa de arte que explica, aclara, ilumina, visualmente representa, o simplemente decora un texto escrito, que puede ser de carácter literario o comercial.
Con esto presente, queda claro que hay un amplio margen de elementos a utilizar. Me arriesgaría a decir que todo lo que pueda comunicar algo de forma gráfica es perfectamente apto como una herramienta para ilustrar.

Por ello existen ilustraciones tradicionales, pintadas al óleo o acuarela, como también otras más experimentales con recortes de papel, revistas y manchas de café. Todo, literalmente todo.
Lo importante es que logren transmitir lo correcto y, si se puede, un estilo, una visión de un emisor que en este caso transmite arte: el ilustrador.