¿No es verdad que alguna vez os habéis preguntado cómo ciertos nombres pasan a ser parte de nuestro vocabulario y se convierten en sustantivos comunes? ¿En cuántas ocasiones habéis dudado si palabras como «rímel», «celo» o «aspirina» se escriben con mayúscula o minúscula inicial?
En esta entrada daremos respuesta a estas preguntas y explicaremos algunas curiosidades de este fenómeno, la eponimia.
¿Qué es este recurso?
En España vamos al supermercado a comprar «pan bimbo», en verano algunos lucen «cuerpos danone» y además de zapatos, calzamos también «bambas». Todos estos términos son epónimos, es decir, nombres con los que se pasa a denominar un pueblo, una ciudad, una enfermedad, un objeto, aludiendo a una referencia más amplia. Así pues, que las «trompas de Falopio» se denominen de esta forma no es pura casualidad, sino que adquieren el nombre de Gabrielle Falloppio, un gran anatomista italiano del siglo XVI especializado en los aparatos reproductores de ambos sexos. Apreciamos en este caso que «Falopio» debe escribirse con mayúscula inicial por tratarse de la adaptación de un nombre propio dentro del grupo de eponimia que se forma con la preposición «de», como ocurre con «síndrome de Down».
Sin embargo, el fenómeno de la eponimia que queremos tratar hoy aquí se centra en el mecanismo de formación de palabras. Implica la creación de una palabra nueva que proviene del nombre de su marca registrada, que generalmente es casi cien por cien conocida por los usuarios de esa misma lengua, aunque puede no compartirse en muchos de los casos debido a los diferentes lugares del mundo donde se habla ese mismo idioma.
Es curioso el proceso hasta que una marca registrada se convierte en nombre común. En España ha sucedido con Nocilla, Albal, Kleenex, Tampax y Chupa Chups, o en Chile con Confort, Collac (de Kojac), Tanax, Raid, Toalla Nova o el famoso Stic-fix que se usaba en los colegios como pegamento.
El uso masivo y generalizado que los usuarios de esa lengua y esa marca le van dando a lo largo del tiempo explica esta inclusión en nuestro vocabulario. Somos nosotros los hablantes los que empezamos a denominar un objeto concreto que ya tiene su propio nombre común con el nombre propio de una de sus marcas comerciales, normalmente la primera o la más conocida. De cierta forma, ¡es un impresionante triunfo de la publicidad!, porque la marca se mete en nuestra propia lengua. En ese momento no solo el emisor del mensaje sabe de lo que está hablando, sino que el receptor capta la misma idea y el mensaje fluye sin dificultad ni contratiempos.
Una vez que esa marca registrada se utiliza de forma rutinaria como nombre común para designar el objeto, es la entidad con mayor poder lingüístico, la RAE, la que decide normalizarla e introducirla o no en el Diccionario de la lengua española y adaptarla a las reglas gramaticales y ortográficas de la misma lengua.
Sustantivos y marcas registradas
En los cinco ejemplos enumerados anteriormente apreciamos diferentes casos de adaptación a la lengua española en cuanto a estructura ortográfica.
Sin embargo, lo principal y primordial que toda marca registrada atrapa al convertirse en nombre común es utilizar minúscula inicial salvo en inicio de oración. Esto es aplicable, por ejemplo, cuando hablamos de «nocilla» como la crema de cacao, «papel albal» como papel de aluminio o «clínex» como pañuelo de papel,variantes castellanizadas. Por otro lado, cuando nombremos esas marcas las seguiremos escribiendo siempre con mayúscula inicial, como nombres propios que son. En resumen, minúscula cuando hablamos del objeto y mayúscula cuando nos referimos a la marca de esos objetos.
Como menciono, en este pequeño cambio ortográfico no podemos eludir la adaptación gráfica que aparecen en otros muchos casos, como la que tenemos entre nosotros: «clínex».
Los más famosos son…
«Típex», «wifi», «rímel», «celo» o «tuitear» son algunos de los casos de palabras provenientes de marcas registradas que ya pertenecen al vocabulario castellano en España y en Chile, en algunos casos, y que la RAE introdujo en su diccionario con las adaptaciones ortográficas necesarias para su buena pronunciación y escritura de acuerdo son las normas actuales.
A continuación, observamos el proceso y cambios de cada uno de estos ejemplos:
- La adaptación de «celo» (con una única l) es muy interesante porque viene del acortamiento del inglés cellotape, que a su vez viene de la marca registrada Sellotape. Y su significado es: «cinta de celulosa o plástico, adhesiva por uno de sus lados, que se emplea para pegar».
- «Rímel» es el sustantivo masculino, también con tilde en la i, que da nombre al «cosmético para ennegrecer y endurecer las pestañas», y viene de Rimmel.
- «Típex» (masculino con tilde en la i porque es una palabra llana que no acaba en -n, -s o vocal) viene de Tipp-ex y se refiere al «líquido o cinta correctora que permite tapar con una capa blanca lo escrito y volver a escribir encima».
- «Tuitear» es «comunicarse por medio de tuits», y «tuit» a su vez es el «mensaje digital que se envía a través de la red social Twitter«, siendo esta última la marca.
- Wi-Fi es la marca registrada inglesa, pero «wifi» es el «sistema de conexión inalámbrica, dentro de un área determinada, entre dispositivos electrónicos, y frecuentemente para acceso a internet», e indistintamente se puede utilizar como femenino o masculino.
Otros tipos de epónimos

Aunque aquí nos hayamos centrado en la eponimia de las marcas registradas, este fenómeno tiene mucho más recorrido y lo podemos encontrar en diferentes campos del idioma. La semántica de la medicina es el área en donde más epónimos encontramos; son muy habituales y muy usuales.
Además, las corrientes de pensamiento filosófico, por ejemplo, nos regalan también algunos casos. Conocemos el «movimiento kafkiano» o las «tendencias marxista y trotskista» gracias a quienes los llevaron a cabo desde sus inicios.
O incluso el proceso de «pasteurización» y el «cóctel molotov» nacen de sus creadores, Louis Pasteur y Viacheslav Mikhailovich Molotov, respectivamente.